José Luis García Herrero
Mientras que unos buscan entre capirotes y sayos fantasmales una extraviada Arca de la Alianza, otros, más serios y rigurosos, buscan y a veces encuentran la memoria histórica sepultada. Lo escribió así Miguel Hernández: “Quiero minar la tierra hasta encontrarte y desamordazarte y regresarte”. Me refiero a millares de asesinados por el fascismo español de las mil caras, cruces y curas. Por eso tiene toda la razón de su mundo el alcalde de la ínclita ciudad de Ponferrada y su inefable concejal de Acción Social negándose a rotular calles en memoria de tanto asesinado por la rebelión. Acaso, apuntan recelosos, mejor algo genérico englobando a todos, leales y rebeldes. Quizá comprobaron que en su polimorfo PGOU de antes de la crisis no hay calles bastantes para tanto nombre, tanta muerte, tanto crimen: lo cual plantea un lío entre calles, ideas y afinidades. Porque según cálculos, tal vez escasos, las víctimas de la represión franquista del 36, solamente en el Bierzo, fueron más de 2.000; en la provincia de León, más de 4.000, igual que en la vecina Galicia; y en la España “nacional”, ¿unos 30.000? Eran gentes del pueblo, sencillas y notables, niños y jóvenes, mayores y ancianos asesinados y repartidos por cunetas y montes, bosques y barrancos de una España donde empezaba a amanecer: cantaban a voz en grito. Torturados, fusilados, eliminados brutalmente con el siniestro eufemismo de darles un “paseo”, cuyo resultado, siempre la muerte alevosa, fue llamado “parálisis cardiaca”: está documentado. Pero el tiempo ha pasado tenaz, y como recordó César Vallejo: “¡Cuídate de la víctima a pesar suyo, / del verdugo a pesar suyo / y del indiferente a pesar suyo!”. Y en esas está la ARMH.
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