Saturday, November 03, 2007

UN DESTINO COMÚN

El Mundo/La Crónica de León, viernes 2-11-2007
José Luis Garcia Herrero
Un destino común

Supongamos -es un decir- que un promotor de la España una y pico cuenta a todo quisque su férvido deseo de hacer un complejo urbanístico en un lugar de España: sea esta la de ‘una unidad de destino en lo universal’ o esa otra de ‘un destino común’, que clama el encendido señor Rajoy. Será un polígono de viviendas, piscinas, hoteles, zonas verdes, equipamientos y, claro está, campo de golf con muchos hoyos. ‘Ipso facto’, el capitoste mayor de la España dos y pico responderá que de eso, nada; que ese lugar, de cuyo nombre sí se acuerda, está previsto para algo especial de su competencia. Porque autonomías con plenos poderes hay algo así como 17, incluso 19, cada una grande y desde luego muy libre de hacer de su capa constitucional un sayo a medida. Cada cual con su Ave de buen agüero pasando despavorida de acá para allá; y su autopista, su peculiar estatuto; sus leyes de educación, sanidad, del suelo; su himno con letra patria querida y su bandera y su lenguaje ancestral. En cada división territorial al menos un consejo comarcal, hacienda, diputación, policía, urbanismo, funcionarios y asesores; y una universidad con su campus para diseñar, impartir y expedir títulos de grado, master y doctorado a mogollón.
Tantas variopintas excrecencias del Estado nos recuerda al jurista alemán Hans Kelsen, cuando dice que un pueblo fraccionado por diferencias nacionales, jurídicas, religiosas y económicas, en lugar de sociológicamente homogéneo es simple aglomeración de grupos. Para evitarlo, la doctrina de los tres poderes de Montesquieu -fundamento de seguridad jurídica- crea entidades de control, garantes de la legalidad vigente en cada momento, necesaria para un sistema democrático que requiere la independencia de cada uno de ellos. De forma que un eventual corporativismo jurídico no pueda desvirtuar el poder legislativo y ejecutivo. De ahí surge en la Constitución Española de 1978 el Tribunal Constitucional.
Viene a propósito del esperpéntico espectáculo a tres bandas: dos partidos y el propio TC que se deja manejar. Si uno recusa a dos magistrados conservadores, aquí estoy yo, dice el otro, para recusar a tres presuntamente progresistas. Alfonso Guerra -que no es santo ni de mi devoción política- tiene razón cuando afirma que el “tribunal de garantías constitucionales es un elemento de conformidad con el sistema democrático”; pero si “hace política” y sus sentencias no son “sólo bajo criterios jurídicos”, nadie “les creerá y estará muerto.” ¿Tendrá algo que ver con la manipulación táctica del TC? Es evidente que la democracia necesita la tensión entre gobierno y oposición, forma parte de la dialéctica de esa forma política; pues como escribe Kelsen: “La democracia es discusión; el Estado, constituido por hombres, no vive sino en ellos y por ellos; porque el Estado somos nosotros”. También es un decir.

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