José Luis García Herrero
Sí, lo sé: el título es de Juan García Hortelano y su novela de 1962, censurada por el franquismo. Pero como el hondo tema de aquella obra sigue vigente, ahí queda como homenaje, cuando cada verano los pueblos y tierras de España evocan con ardor sus tradiciones, más o menos falsas, cutres y casposas; y hala, sacando a la deidad de turno de donde esté tan tranquila -normalmente católica, laicidad al margen- se ponen como locos a correr la juerga sangrienta -legal o medio legal depende del reglamento de cada comunidad, por algo es autónoma- de torturar y matar públicamente a todo bicho viviente más a mano. Especialmente toros, aunque tampoco las vaquillas, burros, cabras, patos, gallos y otros amigos franciscanos se libran de tanto sado honor. Como fondo cultural hispano, las terrazas de verano con el suelo lleno de residuos, palillos, papeles, colillas; y cuando el alma duerme y el corazón descansa, bares llamados de copas y discotecas compitiendo en decibelios, coches a toda pastilla, vomitonas, meadas. Según como se mire parece que no hay crisis -menos aún recesión- ni paro ni pobres de solemnidad ni nada de nada. Hasta la Virgen de la Encina mueve multitudes después de andar de acá para allá cual turista más. Claro que no todos los años se cumplen cien, ni todos los días hay un batiburrillo de pan y toros. Por eso tranquilos, hermanos: el alcalde, devoto de San Roque y de María, está seguro de que con la ayuda de ambos “o de quien sea, se pasará esta etapa lo mejor posible”. Sin embargo, advierte Pérez-Reverte: “Una ciudad donde nadie puede controlar el lugar, donde cualquiera campa por sus respetos es una auténtica mierda; pero cada cual tiene la ciudad que se merece”.
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