Sunday, December 16, 2007

Buenos días, inteligencia

El Mundo/La Crónica de León, viernes 19-11-2007
José Luis García Herrero
Buenos días, inteligencia

No estoy pensando en la brutal frase del inválido general Millán Astray en la Universidad de Salamanca, allá por 1936, un 12 de octubre y luto, en presencia del paradójico Miguel de Unamuno; sino en todo aquello que nutre o destruye la inteligencia: luminoso fenómeno aún poco explicado y mal repartido. Lo pienso escuchando -no oyendo como quien oye llover- tertulias de punto y seguido, a medio camino entre equilibrio cartesiano y un mercado que lo ignora, viendo como el muñidor de derecha e izquierda fracasa en su empeño de andar caminos de estructuras sociales, políticas y económicas con la linterna de Diógenes en ristre, ya que siempre asoma por la esquina desatendida un aguafiestas de montañas nevadas poniéndole verde o morado. Lo mismo pasa cuando se lee -no pasando la vista por encima- algún texto local de opinión a martillazo solemne, donde no queda más títere y cabeza que el defendido por un escribidor de cambiada camisa eclesial, en el peor sentido: tan falsa como la retórica y rancia columna de sentencia inquisitorial histórica. Un día de esos, escuchando y leyendo -cada cosa a su tiempo- ora el funanbulismo herciano, ora las letras de papel mojado con vocación evangelizadora, recordé al ingeniero industrial Rafael Múgica y a su apócrifo Juan de Receta: ese escritor burgués, urbano, realista, escéptico, vital, rebelde. Después y siempre, a Gabriel Celaya, el magnífico, ancho y firme, solidario poeta: “Bien entrenado en el ejercicio de una escritura lírica que se movía entre la vanguardia y la pureza”, dice Ángel González. Porque Celaya borró al individualista Receta para ser no sólo otro escritor, sino también “otro hombre movido por otro amor, otras ideas, otras actividades”.
Como iba diciendo, ondas y papeles me evocaron a Celaya y sus ya casi olvidados versos: “Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse: / El semillero hirviente de un corazón podrido, / los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas, / los días cualesquiera que nos comen por dentro, / la carga de miseria, la experiencia -un residuo- / las penas amasadas con lento polvo y llanto / los ácidos borrachos de amarguras antiguas / las corrupciones vivas, las penas materiales…” Quizá por eso Celaya, extrañamente irritado, exclama: “Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que lavándose las manos se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.”
He recordado al Gabriel Celaya de antaño en clave de lectura, oyendo y leyendo cosas que hablan y escriben acá y allá. Unos, aguantando el chaparrón de un micrófono sin puerta. Otros, garabateando con la pluma rayada de estómago agradecido. Además hablo de Celaya porque hoy se celebra, en el neblinoso espacio mundial de la comunicación humana, el “Día Internacional para la Tolerancia”. Bien tan escaso como el agua.

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