Sunday, December 03, 2006

SAN FRANCISCO Y SAN MARTÍN

El Mundo/La Crónica de León/1-12-2006

San Francisco y San Martín

José Luis Garcia Herrero

Por prescripción facultativa hay que pasar -sólo un día- del perverso urbanismo local y sus efectos colaterales. No de la matanza de animales en esta España de seudoinvestigación, desarrollo e innovación. Ya que una vez más, diga lo que diga la Directiva Europea, Real Decreto, Ley de Castilla y León o la Declaración Universal de Derechos del Animal, sigue el casposo espectáculo público de matanza, jarana y degustación del cerdo. Con un gancho clavado en la barbada, lo típical es arrastrar el consciente gocho pataleante hasta el banco, amarrarle, amordazarle el hocico, meterle el cuchillo; y después que bombee su sangre, abrasar, pelar y desguazar a un animal que no es marrano ni puerco ni cochino. Qué mejor cultura de rancias esencias patrias que esa castiza costumbre de una matanza con orujo, pastas, vino y cuchipanda para impulsar el turismo interior y dar marcha (¿atrás?) al pueblo: dicen personajes a derecha e izquierda, ayuntamientos, diputaciones, cajas de ahorro, juntas vecinales y pías asociaciones. Bendecido por sacristías en las fiestas del patrón, lo mismo da cerdo sacrificado que toro enmaromado, toro de fuego, toro alanceado o lanzamiento de cabra desde el campanario.
Pues la juerga populachera en los hispánicos pueblos consiste en celebrar la fiesta con el despiadado holocausto de torturar y matar animales: diversiones muy aplaudidas en las nueve provincias de Castilla y León y otras castizas comunidades: algunas sancionadas por ese tipismo secular. En los festejos de la Virgen del Carmen en Matabuena -Segovia- un grupo de bárbaros emborrachó y golpeó hasta la muerte a una burra –un peludo animal de orejas grandes próximo a desaparecer- causando graves lesiones a otra preñada. Gallos, patos, cabras, cerdos, burros, toros, vaquillas…mueren decapitados, despeñados, acuchillados, asaeteados, alanceados, embolados, martirizados en centenares de sacras celebraciones patronales ante el silencio cómplice de presidentes, alcaldes y ediles variopintos de nuestro incivil país. Perros despedazados en peleas organizadas, ahorcados o apaleados después de servir fielmente a sus desalmados amos. Sin olvidar la secuela de muerte y destrucción por el habitual furtivismo ni la deportiva caza de especies protegidas o no: según parece hasta por el propio Rey de España. Ni la sumamente reaccionaria tauromaquia, pues no hay progreso que valga en un espectáculo donde se menosprecia el dolor animal, donde se va a ver y aprender a matar.
No estaría de más que la Conferencia Episcopal, o sea, los curas cruzados que meten sus eclesiásticas narices en todo, venga o no a cuento, condenaran el maltrato a los hermanos animales, en lugar de llamar a la desobediencia civil y patrocinar truculentos festejos repartidos por este país de advocaciones y zarandajas diversas: incluidas las suyas.

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