Friday, September 15, 2006

UNA DE DOS

El Mundo- La Crónica de león/ viernes, 15 de septiembre de 2006

JOSÉ LUIS GARCÍA HERRERO

Una de las dos

Pasaron -¡y cómo pasaron!- Pues pasan si quieren pasar dejando en los hitos del camino sin andar una vaga astronomía de pistolas inconcretas. La idea se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas a los sotánicos de Cruzada, pistola y correaje, cruz y escapulario: esos que daban un largo viaje al desvestido y satánico enemigo en cada cuneta, en cada reja aprisionado. Ego te absolvo: para que un dios mudo, sordo y ciego se encargue de ti y de las viudas de vivos e mortos que ninguén consolará. Entonces el viva la muerte, himno y oración bélica, invocación polisémica, grabó con sangre, sudor y lágrimas los lábaros victoriosos, los pueblos descuartizados de las dos Españas, las esculturas de ruinas, las estatuas de herida y miseria. Los niños pobres dejaron de crecer, olvidaron el diptongo, la tabla de multiplicar, sus lápices se quedaron sin punta. La España de la rabia y de la idea se pobló de grandes cementerios bajo la Luna, de esqueletos sin nombre emboscados en las cunetas de la larga noche del parafascismo de cuartel, boinas rojas y camisas bordadas en rojo ayer; de flechas y yugos y uniformes y sotanas; de sepultureros cuando todas las mañanas empezaba el letal amanecer.
Fueron casi mil años, y la palabra pueblo se murió bruscamente de perfil y miedo: imagen sojuzgada por el silencio en cada boca, por la ausencia de luz en la mirada, por el destierro a la nada del fulgor de la amapola. Hasta el esquivo lince ibérico, el alto vuelo del vencejo celeste, las florecillas, los cometas y el rumor de las esferas planetarias enmudecieron. Los diccionarios transterrados olvidaron la palabra libertad: palabra triste que muerde como un lobo, palabra estúpida encerrada entre las rejas imperiales de Isabel y Fernando. Así fue como se cubrieron de polvo, barro y olvido las señas de la memoria asesinada, el perfume de los horizontes personales, el equilibrio falaz de la balanza justa, la lágrima que agotó su manantial de pena. Los poetas con fronteras se volvieron taciturnos, tristes, retóricos, oscuros; abandonaron el ritmo y el canto alegre, y fue su hablar indescifrable, como su ombligo, censurado.
Mucho tiempo después el carnaval político, disfrazado de polichinela, ensayó con disimulo el paso a tres de la paz decretada. Entonces, aquellos que mutilaron las palabras, los que dejaron los puños deshabitados de ideas, los mismos, los herederos, pintaron la libertad de rojo y gualda como salvoconducto y primera piedra de una neodemocracia sin hisopos. Y los entorchados con estrellas, los sillones con levita, las mitras salvadoras de las patrias volvieron a subirse al pedestal de la historia. Ahora para contarla de nuevo a su manera. Ahora para guardar bajo la alfombra de cada sobreviviente la intrahistoria de calaveras esparcidas cual despojos por los viejos caminos de la anciana España: madre y madrastra.

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