Monday, June 28, 2010

GUERRA Y PAZ

La Crónica de León/8-06-2010
José Luis García Herrero

Por su indudable interés, recojo del último número 109 de la publicación “Papeles” el siguiente párrafo: “Cualquier persona que aspire a la paz tiene sobrados motivos para sentirse preocupada al abrir cada mañana un diario. Vivimos en un mundo que no es precisamente amable; aunque para una parte muy significativa de la humanidad la probabilidad de morir de hambre, una enfermedad evitable o por agresiones sexistas es considerablemente mayor que la de morir a causa de la delincuencia o de un conflicto armado, ambas formas de violencia se refuerzan mutuamente. Las estructuras económicas y culturales generan una violencia que encuentra su correspondencia en las instituciones políticas y sociales que organiza la sociedad”.
Esta singular cita me ha hecho recordar que allá por 1958 un hombre llamado Angelo G. Roncalli, de nacionalidad italiana, hijo de los modestos labradores Juan Battista y Marianna Mazzola, antaño cabo y sargento del ejercito militar obligatorio, después cardenal y patriarca de Venecia, fue elegido por el Espíritu Santo (o algo así) Papa de Roma con el nombre de Juan XXIII. Era un señor más bien grueso con aspecto amable y bonachón que enseguida se propuso modificar las estructuras de la Iglesia, (por cierto bastante desengrasadas por siglos de inmovilismo, oxidación y corrosión) mediante el polémico y avanzado Concilio Vaticano II, de 1962, que dio lugar entre otras, a la Encíclica Mater et Magistra de 1961 y Pacem In Terris, (a la cual se le concede el premio Internacional de la Paz) de la que conservo una primera edición de 1963, presentada por el eminente profesor Joaquín Ruiz-Giménez, donde se manifiesta que “Toda persona tiene derecho a la libertad pacífica y a la libertad de asociación, comprendiendo el derecho de fundar sindicatos para la defensa de sus derechos” (en plena dictadura nacional–católica). Todo ello basada en respeto y tolerancia en el “aggiornamento”, es decir una puesta al día de la Iglesia Católica, la cual, como dijo el gran poeta Curros Enríquez: “ Non terá perdón divino, senón cando a Cristo torne, d´os brazos de Constantino”. Seguramente más conocido por ser el primer emperador romano que permitió el libre culto a los cristianos, aunque este gran emperador sólo fue bautizado y convertido al cristianismo después de ganar la batalla de Puente Milvio con la inscripción en la cruz de “In hoc signo vinces” (con este signo vencerás).

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