Wednesday, September 02, 2009

JUERGAS SANTAS Y VIRGINALES

La Crónica de León /1-09-2009
José Luis García Herrero

Este país tan peculiar y diferente que es España (cual afirmó el franquismo por aquella criminal broma de una, grande y libre por la gracia de Dios) sigue celebrando con contumaz celtiberismo y trapo eclesial sus fiestas patronales. A veces en loor de alguna de las numerosas vírgenes; otras veces de santos con perro o sin él: catalogados todos hasta en el Santoral de Luis Carandell. Para esos eventos patronales (no confundir con la CEOE y sus eres que eras) sólo se les ocurre a los padres y madres putativos y putativas de la cosa, además de facilitar la bulla y el bebercio a mogollón, involucrar en la juerga de turno a otros animales, por ejemplo toros y vaquillas, torturándolos a placer hasta la muerte, aparte de devorar bichos más o menos sabrosos: antaño era el pollo, ahora cualquier bicho que si corre, nada o vuela pobre de él, pobre de mí, que dice el paradigma nacional-católico de las sanferminadas.
Bueno, como iba diciendo, resulta que las autoridades civiles, religiosas y militares al alimón, pues para estos menesteres son muy cachondas, celebran en rigurosa jerarquía y formación, con bastón de mando, bajo palio o bajo mazas, la fiesta correspondiente con los más sorprendentes espectáculos asociados al desmadre general. Porque ya que el pueblo llano está con la crisis a cuestas, y además en pleno relativismo moral y laicismo radical: como afirma imperturbable Su Majestad el Papa, puesto que ese pueblo lo pide, que haya pan, tortas, pasteles, galletas o lo que sea, que dicen dijo María Antonieta. Y si acaso fuera costumbre nacional -que sí lo es- pues que haya toros para hacer en todo lo demás cuanto se le antoje: ironiza el filósofo y poeta León de Arroyal, allá por el XIX.
El caso es “Mantener la chusma a raya”: precisa Chomsky. Entretenerla en medio de la pandemia financiera de la impunidad y de esa otra tan virulenta que nadie sabe cómo nombrar. Porque para honrar al Patrón (insisto, no confundir con el señor Díaz Ferrán ni con la patronal, la que sea) es difícil entender que no halla cosa mejor que decibelios por encima de la norma autonómica del ruido carpetovetónico; de la ilegal manipulación de alimentos; de expulsión de detritus por doquier. Como dijo Krahe al cantar a San Cucufato: “¡Qué País! Uno, tan dispuesto al abrazo, y la España cañí va y te da un españazo”. Sobre todo en fiestas patronales.

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